Ocho rutas ideales para recorrer Argentina en las vacaciones

Desde el norte hasta la Patagonia , existen combinaciones de destinos emblemáticos con otros cercanos y menos conocidos. Te dejamos mapas y tips para elegir hacia dónde emprender el viaje.

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La vida pospandemia nos enseña, entre otras cosas, que no hay bien más preciado que la naturaleza. En ese sentido, la geografía argentina tiene una riqueza fuera de serie y sus paisajes, más o menos conocidos, cotizan como nunca. Los destinos clásicos son incuestionables, pero pueden ser los puntos de partida de recorridos que alcancen, de yapa, parajes no tan masivos, con pocos o ningún servicio, pero mucho para descubrir. Acá, algunos para inspirarse y salir a la ruta.

 

Iguazú + Moconá

Desde las infalibles cataratas hasta los otros saltos misioneros, el camino bordea el río Uruguay y regala el verdor de la selva misionera.

Tras nueve meses sin público, las Cataratas volvieron a abrir en diciembre del año pasado. El nuevo protocolo es apenas un trámite comparado a la recompensa del encuentro cara a cara con una de las Siete Maravillas del Mundo y Patrimonio de la Unesco desde 1984. El banquete de vida salvaje es enorme: atesora unas dos mil plantas, 450 especies de aves y 71 de mamíferos. La distancia del aeropuerto al parque, de sólo 7 km, permite acceder en poco tiempo al trencito que atraviesa la selva misionera hasta las pasarelas metálicas, aproximarse a los saltos y apreciarlos desde todos los ángulos.

Hay que calcular dos días completos para abordar los circuitos Inferior y Superior, más la Garganta del Diablo (la foto obligada junto a las toneladas de agua que rompen sobre el cauce del río Iguazú), el cruce a la isla San Martín y la aventura náutica, una variante para sumar adrenalina con salpicadura asegurada frente al salto San Martín, el mayor que puede enfrentar una lancha. Por ahora, el cruce a Foz de Iguazú, “el lado brasileño”, sigue vedado para el turismo, aunque hay perspectivas de que reabran dentro de noviembre y se logre llegar a la platea preferencial de los saltos desde el país vecino.

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MOCONÁ Y SALTO ENCANTADO

A 404 km + 90 km

Para llegar a los “otros” saltos misioneros y a esta región exuberante donde se habla portuñol por la cercanía con Brasil, hay que arrimarse al este de la provincia, entre caminos de tierra colorada y selva. El flanco del río Uruguay tiene zonas de reserva muy interesantes y con menos turismo. Son 339 km desde Puerto Iguazú hasta El Soberbio, y luego otros 65 km hasta el embarcadero Piedra Bugre, de donde parten las lanchas a los saltos del Moconá. A diferencia de las Cataratas, estos tienen la particularidad de ser paralelos al curso del río Uruguay. Su canal es una falla geológica que alcanza los 170 metros de profundidad, pero lo que sobresale son 15 metros como máximo. Que estén visibles depende del caudal del río (cuanto más bajo, más se ven), y éste, cada vez más, de las represas cercanas. Si confluyen todos los factores, no hay manera de arrepentirse del paseo.

En los alrededores abundan los ecolodges, inmersos en la selva, que proponen caminatas por senderos entre cascadas, lianas, orquídeas y mariposas, visitas a aldeas guaraníes y plantaciones de yerba mate. Se recomienda destinar tres días a esta zona y sumar otros dos días para visitar el Parque Provincial Encantado (a 96 km, por RN 14), una porción virgen con helechos, mariposas de alas grandes y aves de todos los colores, donde se destaca el salto encantado, un secreto en el valle de Cuña Pirú, poco visitado a pesar de contar con un salto de 64 metros de altura.

El Chaltén
+ Lago San Martín

Un viaje entre glaciares, bosques y montañas para unir la meca del trekking con un lago bello y solitario donde abundan los cóndores.

El Chaltén es uno de los destinos que más creció en los últimos años. El pueblo es una excusa para encarar varios senderos que llevan a lugares tan remotos como los campos de hielo, lagos color esmeralda, glaciares y esos picos puntiagudos como el Poincenot y el Torre. Lo más cerca que se puede estar del magnético Fitz Roy –al menos, para los que no escalan– es la Laguna de los Tres, al pie de del gran pico patagónico. Es una caminata exigente, de día completo, pero promete el premio mayor. También hay mucho para hacer si no se quiere caminar: navegación al glaciar Viedma, kayak por el Río de las Vueltas o visitar el Lago del Desierto y sus glaciares colgantes.

La ciudad mejoró su infraestructura y durante la pandemia sumó dos opciones destacadas: un lujoso glamping de domos llamado Chalten Camp y un lodge Explora, el primero de la marca chilena en Argentina, cuya apertura está prevista para el 15 de diciembre. Como se llega vía El Calafate, antes o después, es imprescindible visitar el glaciar Perito Moreno, tan imponente como accesible: en versión “peatonal” desde las pasarelas, a bordo de alguna embarcación o, para sentirlo realmente cerca, caminando sobre su superficie con crampones, además de hacer la navegación a los glaciares Upsala y Spegazzini.

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LAGO SAN MARTÍN

A 193 km

Es uno de los lagos más bellos y poco explorados del país. Lo descubrió y nombró el Perito Moreno en 1877: los accidentes geográficos que lo rodean llevan nombres de la gesta sanmartiniana (Maipú, Chacabuco, Cancha Rayada). Eran –y todavía son– tierras deshabitadas. Del otro lado del límite con Chile, muy cerca, se llama lago O´Higgins y en el cielo vuelan cóndores quizás como en ninguna otra parte de la Argentina. A metros de la costa del lago hay estancias históricas que reciben para vivir la verdadera experiencia patagónica. Una es La Maipú, de impronta inglesa, que reabrió al turismo después de más de una década cerrada; otra, la estancia El Cóndor, que lleva adelante un proyecto conservacionista para proteger al huemul y el bosque andino patagónico.

Capilla del Monte
+ Ongamira

Cabalgatas, trekkings y el aura energética de las sierras cordobesas signan la estadía en estas localidades que atraen a amantes de los ovnis.

El plan acá es trepar el Uritorco (1.979 msnm) y sacarse una foto con alguno de los extraterrestres plásticos que se dejan ver en el centro de la ciudad. Imponente desde donde se lo mire, el cerro es el más alto del cordón de las Sierras Chicas. También, ícono del turismo energético, célebre por las experiencias extraterrestres que le atribuyen a su magnetismo. La ciudad no reniega de esa tradición: hay un museo del Ovni, operadores ofrecen tours de avistamientos y cada febrero reedita el Festival Alienígena, con charlas, recitales y un simpático desfile por la calle techada, otra rareza local, construida en 1964 para una exposición internacional de fotografías.

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Como novedad, hace dos años abrió el Castillo del Cómic, un museo único para amantes de la historieta y el animé. En salas temáticas, expone muñecos, figuritas, revistas y máscaras, entre los 17.000 objetos que integran la colección privada de Hernán Doering. Funciona en la casa Borgonovo, tesoro arquitectónico que permanecía abandonado desde 1978, cuando cerró la Hostería Argentina de la familia Oriolo. El palacete de cuatro pisos con escalera circular de cedro francés y aberturas de roble en las 12 habitaciones (ocho baños) fue construido en 1905 por la familia rosarina Borgonovo, que le dio su nombre.

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ONGAMIRA

A 25 km

Sus grutas son una maravilla natural y guardan la huella del pueblo comechingón, los habitantes originales de este valle cordobés, que las consideraban sagradas. En 1574, desde la cima del monte Charalqueta, o cerro Colchiqui, se arrojaron al vacío 1.800 comechingones que prefirieron morir antes que rendirse y entregar sus saberes ancestrales. La región se presta para hacer trekkings de distinta dificultad, visitar el museo Deodoro Roca y trepar por la RP 17 hasta la adorable localidad de Ischilín, elegida por Fernando Fader para pasar sus últimos años. Las grutas, enormes paredones de piedra rojiza donde anidan aves de variado porte, sorprenden por sus formas intrincadas. Son tres en total y se pueden recorrer en una hora de caminata. Una sólida base para explorar la zona es la estancia Dos Lunas, un horse lodge que invita a varias cabalgatas y a disfrutar de las coquetas instalaciones de su casco de estilo inglés y su buena cocina.

San Salvador de Jujuy
+ Yungas

La capital jujeña se reinventa y suma atractivos como base para explorar sus alrededores de yungas, de enorme biodiversidad.

Durante años los turistas lo pasaban de largo. El plan típico era llegar a Salta y desde ahí visitar la famosa Quebrada de Humahuaca. Pero dormir en San Salvador no era lo habitual. Desde hace un tiempo convoca más allá de su importante capítulo histórico y las estatuas de Lola Mora. La geografía de la ciudad hace la diferencia: está rodeada de cerros alfombrados de vegetación yungueña y la cruzan dos ríos: el Grande, que baja de la quebrada, y el Xibi Xibi o Chico. Tiene 14 puentes y barrios como Los Peralesco Chijra, donde basta con hacer dos o tres cuadras para estar a los pies del cerro. Tanto, que se han puesto de moda los grupos de trekking que se conectan a través de las redes y salen a andar los fines de semana por los alrededores.

A los habitantes les gusta el verde: cada sábado hacen una feria de plantas en la calle 19 de Abril. El parque botánico en los altos de Los Perales es una muestra de lo que son las yungas en plena urbe: es el principal pulmón verde y tiene un sendero circular de 3 km para caminar entre cebiles, horco molles, tipas blancas, ceibos, carnavales, laureles, tuscas, tabaquillos y piquillines. Arriba, la mejor vista de San Salvador. De las novedades, vale destacar el nuevo restaurante gourmet del chef Walter Leal, y clásicos recientes, como las deliciosas empanadas de quinua y queso en Viracocha y una heladería italiana al comando de Matteo Vaccino, que se llama Tau y hace helados que fanatizaron a los jujeños: flor de Jamaica, zanahoria, mango, higo con nueces y chocolate con locoto confitado.

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YUNGAS

A 17 km

Junto con la selva misionera, albergan el 50% de la biodiversidad del país. En esta porción jujeña, las lluvias rondan los 1.000 milímetros anuales, el aire es muy puro y las especies de aves son 500, más de la mitad de las que existen en el país. La mejor manera de asomarse a esta exuberancia es hospedándose en fincas. Una es Aldea Luna, que apuesta a la conservación y el turismo sustentable. Son apenas 17 km desde San Salvador, pero llegar lleva más de una hora. Tiene solamente dos cabañas y un comedor con vistas abiertas, de altura, verdes.

Hacia el este, por un camino angosto y de tierra cada vez más colorada, se accede a Ecoportal de Piedra, otra reserva privada de 800 hectáreas de yunga en la pequeña localidad de Villa Monte, a 140 km de Jujuy. A sus dueños –Carlos Cuñado y Silvia Strelkov– les gusta decir que es como una “isla de montaña”. Entre los Parques Nacionales Calilegua y El Rey, linda con la provincial Las Lancitas y juntas protegen las yungas y el chaco serrano, un área apenas intervenida por la mano humana. Los más aventureros pueden emprender trekkings de un par de horas y hasta tres días, o una cabalgata a la cumbre del cerro Santa Bárbara de 2.600 metros, con refugio para pasar la noche.

Mendoza
+ Uspallata

Para contrarrestar el hedonismo y la buena vida de las bodegas, nada mejor que un poco de adrenalina en una escapada de alta montaña.

Visitar bodegas, disfrutar de la buena mesa y descansar en hoteles boutique rodeados de montañas son las contraseñas desde Luján de Cuyo hasta el ascendente Valle de Uco, pasando por Maipú y Chacras de Coria. Las posibilidades en la tierra del sol y el vino son infinitas y todas placenteras: la cata intensiva, los cursos a cargo de chefs y enólogos, bodegas + restaurantes gourmet con un touch criollo, patios de esculturas y pequeños museos, participación en la vendimia, bicicleteadas y cabalgatas por viñas y cerros y hasta producción del propio vino con asesoramiento de expertos.

Durante el 2020 y hasta que se fueron levantando las restricciones, Mendoza fue tierra sólo de locales: comenzaron a disfrutar por primera vez de sus propias bodegas, a descubrir sus paisajes y propuestas turísticas normalmente reservadas para el turismo de afuera. Lo nuevo es que por fin la ciudad está creciendo hacia adentro. Hay una puesta en valor del centro y de los barrios que habían quedado relegados. Las aperturas pandémicas desparramaron bares, restaurantes, foodtrucks, talleres de arte (como el del escultor Guillermo Rigattieri) y locales de diseño cerca de las plazas y resucitaron rincones poco transitados.

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USPALLATA

A 120 km

Además de ser parada obligada para los que aspiran a hacer cumbre en el Aconcagua, funciona como epicentro del rafting y el trekking en la precordillera mendocina. Recostada sobre la RN 7 –a 250 km de Santiago de Chile– y también accesible por la RP 52 que asciende por los majestuosos Caracoles de Villavicencio, esta pequeña ciudad es un imán que atrae por igual a iniciados en deportes de aventura (tirolesa, cabalgatas y rappel, entre otros), aficionados y principiantes. Y también lo es para místicos, chamanes y cultores de las terapias alternativas que perciben el valle como un “centro energético”. El Puente del Inca es su hito máximo, producto de la erosión del río Las Cuevas. Las aguas termales lo cubrieron con una capa ferruginosa que le otorga su peculiar coloración anaranjada, amarilla y ocre. Mucho menos evidente es el cerro de los Siete Colores, versión mendocina del de Purmamarca, pero sin multitudes y de paleta cromática más tenue que su homónimo humahuaqueño.

PN Los Alerces
+ Piedra Parada

De la Cordillera a la estepa patagónica, estos hitos chubutenses son ideales para amantes del trekking y las actividades al aire libre.

En sus 263 mil hectáreas entrama bosque, lagos, ríos, arroyos y glaciares de altura. Considerado el parque más virgen de los Andes norpatagónicos, es hogar de la especie arbórea más longeva, el alerce: pariente de la gigantesca sequoia de California, capaz de llegar a los 70 metros de altura y desarrollar un tronco de entre 3 y 4 m de diámetro, crece únicamente en la selva valdiviana de Chile y la Argentina, donde coexiste con cañas colihue, arrayanes, cipreses y coihues.

En un día se alcanza a cubrir alguno de los senderos y la excursión lacustre hasta el alerzal milenario, donde se encuentra El Alerce Abuelo, de 2.600 años, que motivó la creación del parque en 1937. Si se suma otro día, se puede probar una travesía en kayak por el tranquilo río Arrayanes o tomar la lancha hasta el lago Krugger, al que también se puede llegar tras un trekking de doce horas. Este lago y el río Frey son un imán para los pescadores fanáticos del catch and release. Las opciones para dormir en el parque son diversas, desde campings y cabañas, hasta la emblemática Hostería Futalaufquen, donde se ve la mano maestra del arquitecto Alejandro Bustillo. Pero, por la cercanía a Esquel, también vale ir y volver en el día.

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PIEDRA PARADA

A 120 km

Una colosal piedra de origen volcánico, solitaria y en medio del valle del río Chubut, es la excusa para adentrarse en la estepa y descubrir uno de los paisajes más curiosos de la provincia, que desde hace poco figura en los mapas. Esta piedra de sílice de 276 metros convoca a escaladores –también a retiros espirituales, de yoga y astrología– y tiene como vecino al cantante francés Florant Pagny, quien le dedicó una canción. La rodean aleros con pinturas rupestres, troncos petrificados y un cañadón con paredones de 100 metros donde viven chinchillones, choiques y guanacos. Gualjaina, un pueblo de 900 personas, es la base más cercana, a 41 km de la famosa piedra. Una de las hosterías pioneras es Mirador Huancache, de Daniel Fermani y Laura Galdámez. Platenses ambos, viajaban en su motorhome cuando descubrieron este desierto, y decidieron afincarse. Invitan a explorar la zona en cabalgatas, trekkings o paseos en 4×4.

San Miguel de Tucumán
+ Raco y Vipos

La renovada ciudad, el microclima de Yerba Buena y la visita a los pueblos de Raco y Vipos, entre verdes cerros.

La puesta en valor de la plaza Independencia, con sus baldosones y farolas reciclados, la terraza del bar Los Naranjos del hotel Garden Plaza como su mirador privilegiado y la aparición de propuestas gourmet –más allá de las empanadas y los venerados sándwiches de milanesas–, son ejemplos del nuevo pulso de la capital tucumana. A 12 km, Yerba Buena es el suburbio chic donde se respira otro aire. Será por las casonas en las faldas del cerro, las tiendas de diseño, hoteles boutique como Casa Lola (abrió a fines de 2019) y el agite sobre las avenidas Aconquija y Juan Domingo Perón, con sus bares, cervecerías y pubs que copan la escena nocturna.

Por los senderos que rodean Yerba Buena se pueden hacer caminatas cortas o largas. Un poco más allá arranca el “circuito chico”, un zigzagueante camino de cornisa que asciende entre lianas y helechos hasta las verdes lomadas de San Javier, con amplias vistas de la ciudad. En sentido contrario, el camino desciende y llega a la distinguida Villa Nougués, la primera zona residencial en las afueras, fundada por el ex gobernador y empresario azucarero Luis Nougués a principios del siglo XX. La conocen como “la suiza tucumana” por sus casonas señoriales y su capilla de estilo neogótico que asoman entre el verde follaje.

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RACO Y VIPOS

A 40 km

Durante años, las familias tucumanas visitaban estas colinas surcadas por ríos y arroyos para escapar del calor intenso de la ciudad. Raco creció, pero no perdió su carácter de refugio íntimo. Y así piensa seguir. Desde el hotel boutique La Pedrera –una ex casona de veraneo– la empresa Cabra Horco Expediciones organiza cabalgatas por los cerros, travesías en 4×4 y trekkings guiados, trepando cuestas y durmiendo en puestos de montaña. Uno de los mejores programas es la subida a Las Queñuas, reserva privada a 2.200 metros de altura, que lleva unos tres días a pie o a caballo.

El monasterio Cristo Rey de El Siambón es otra visita obligada. Sus doce monjes benedictinos de semiclausura ofrecen dulces en su tienda, además de hacer cantos gregorianos como rezos varias veces al día. De esencia similar a Raco, aunque menos poblado, es el cercano pueblo de Vipos. Allí, Maricarmen Paz recibe en Casa Grande, una casa colonial heredada que puso a punto durante el 2020 pandémico: dos habitaciones, galerías donde corre brisa fresca, una acequia que hace de pileta y mucho verde alrededor.

Ushuaia
+ Península Mitre

De la ciudad austral al último confín de Tierra del Fuego, una península virgen y extrema que espera ser declarada área natural protegida.

Junto al Canal Beagle, la última frontera lidera el ránking de los destinos argentinos más deseados. Conjuga glaciares, lagos, bosques y la increíble belleza del mar austral. Su famoso faro Les Éclaireurs invita a acercarse a las islas tomadas por los lobos marinos y aves, y tiene un competidor más al sur: el faro de San Juan de Salvamento, en la isla de los Estados (no recibe turistas). Acá llegan los viajeros para conocer el Tren del Fin del Mundo, el PN Tierra del Fuego y el resto de la isla: Tolhuin, el Lago Escondido, el glaciar Vinciguerra y el Lago Fagnano, que inspiran a hacer remadas, trekkings, cabalgatas y paseos offroad. La estancia Harberton, la más antigua de la zona, propone una navegación desde su embarcadero a la isla Martillo, habitada por la colonia de pingüinos de Magallanes más numerosa. Otro desvío necesario es Puerto Almanza, enclave pesquero, famoso por las centollas que allí se capturan y se ofrecen en mesa popular bien servida.

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Dentro de los imprescindibles urbanos, El Museo del Presidio y la historia del Petiso Orejudo son, morbo mediante, los favoritos. La idea de que allí vivieron decenas de prisioneros en el mayor aislamiento a temperaturas bajo cero todavía impresiona. En plan más relajado, los restaurantes Chez Manu (del francés Emmanuel Herbin) y Kaupé (de Ernesto Vivian) son garantía de sabrosísimos productos de mar, como pulpo, centolla, merluza negra y vieiras.

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PENÍNSULA MITRE

A 175 km

El último confín de la isla es una tierra inhóspita y apasionante de bosques milenarios, humedales y árboles bandera (ejemplares que expanden sus ramas hacia un lado por la fuerza del vientos). Empieza al sur del sur, donde termina el camino que se puede recorrer en auto. Tiene una superficie que equivale a 25 veces la Capital Federal, pero está prácticamente deshabitada. Desde 2003 existen diversas iniciativas para declararla área natural protegida. Argumentos sobran: es uno de los cinco puntos de mayor variedad de aves marinas de la costa argentina y uno de sus principales recursos es la turba, superficie de origen vegetal que almacena el carbono de la atmósfera y alivia los efectos del cambio climático. Como curiosidad, es el único sitio del país donde se puede ver el océano Atlántico desde la cordillera.

Llegar desde Ushuaia hasta alguno de sus portales (norte o sur) no es tan sencillo: los últimos tramos son de ripio arcilloso sólo aptos para vehículos altos y en algún momento hay que seguir a pie o a caballo; por lo que el mejor plan es acceder con guía. La hostería Las Loicas, en Cabo San Pablo, es un refugio ideal para aproximarse. Abrió hace dos años y es la casa de Edith Pancotti y el alemán Michael Stauch, atentos anfitriones que llevan 35 años en la provincia y la última década en esta costa salvaje del fin del mundo.

Fuente: La Nación

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