La figura de Josefina es dominante en la mansión. Lo primero que sorprende a los visitantes al ingresar es un gran óleo de Doña Josefina de Alvear de Errázuriz hecho por el español Joaquín Sorolla y Bastida, retratada con un escotado y llamativo vestido de terciopelo rojo que le marca la silueta en S, y con reminiscencias del estilo rococó. Además de vivir varios meses en Europa, tener una intensa vida social y realizar obras benéficas, cuando estaba en Buenos Aires la mujer disfrutaba la tranquilidad de su jardín francés. Tanto su cuarto con el de la hija tienen vistas sobre el parque de Avenida del Libertador, antes Avenida Alvear, y Sánchez de Bustamante.
Las habitaciones estaban ubicadas cerca de los accesos de los sectores de servicio de la casa, en la mansarda de la última planta. Ahí había entre 25 y 30 personas trabajando e, incluso, allí estaba instalada la cocina. Todos los salones del sector privado de la vivienda presentan pequeñas puertas secretas para permitir la discreta circulación del personal, pero también de la familia, ya que todos los espacios estaban conectados por una puerta principal y por otra camuflada con el decorado.
En esto momentos se trabaja en la puesta en valor del dormitorio de Josefina para luego avanzar con el de su hija. El de la madre es un salón de 75 metros cuadrados, el más amplio del piso y fue decorado al estilo Luis XVI. “Se preservó el estilo original de la dueña de casa durante el lapso en el que vivió acá, es decir desde 1918 hasta 1935, año donde fallece”, detalla Pontoriero. Luego Matías Errázuriz y sus hijos ofrecieron al Estado Argentino la posibilidad de comprar la casa junto con la colección de arte traída de Europa, con la condición de que se destinara a crear un museo.
El recorrido comienza por el lujoso baño pompeyano, una suite con juego de espejos recientemente restaurada, un espacio compartido por los esposos. A través de un puerta oculta se ingresa luego al dormitorio de la dueña de casa. Costumbre de la época era que los esposos durmieran en cuartos separados. En el cuarto de ella hay un oratorio con su reclinatorio original de madera tallada y dorada estilo Luis XV. “El conjunto de muebles y paneles murales, denominado Saint Mandé, está decorado con bordados en la técnica de chenille sobre algodón en tonalidades que van del rojo rubí al coral, rosado y blanco. Representan cisnes, pavos reales, garzas, etc., escenas bucólicas de fines del siglo XVIII, el retorno a la naturaleza predicado por el filósofo Jean Jacques Rousseau y algo de una rusticidad pastoril asociada a las granjas de la reina María Antonieta”, detalla el curador.
También se preservó la cama original, de estilo Luis XVI con baldaquino, en madera tallada y dorada. Las sedas replican un modelo denominado Colombes, cartela central con palomas arrulando que simbolizan el amor marital, utilizado por la zarina Catalina de Rusia. Luego se pasa al boudoir, anexo a su dormitorio principal, con su chimenea. Este salón de recibo privado, fue equipado con muebles de lujo de la prestigiosa fábrica Jansen, entelados en tafeta gris.
Es el propio Manuel Mújica Láinez quien en su cuento “El Salón Dorado” evoca con sarcasmo las escenografías recargadas típicas de las mujeres como Josefina. Dice de los dormitorios que estaban “llenos todos ( … ) de una fauna y flora inmóvil de muebles, de muebles, de muebles, de alfombras, de tapices, de espejos, de cuadros, de jarrones, de estatuas de gladiadores y de pajes, y de más muebles, de más muebles, como corresponde a la posición de la señora en Buenos Aires”
Una vez concluido el cuarto de la madre, en una última etapa, se procederá a la rehabilitación de los ambientes correspondientes a la hija, de estilo similar aunque más simple y pequeño. El palacio hoy es un exponente de la tipología de Casas-Museos donde, además de recorrer la muestra permanente, se visitan las habitaciones familiares restauras gracias a la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Arte Decorativo, Felipe de La Balze, Andrés Rosarios, entre otros inversores privados que se van sumando al proyecto. “Queda mucho por hacer y esperamos seguir contando con la ayuda de quienes se entusiasman tanto como nosotros en esta ambiciosa y cuidada puesta en valor”, concluye Pontoriero.
Fuente: Virginia Mejía, La Nacion